Millones lo adoptan día tras día, y millones lo toman como una euforia pasajera. Algunos lo abandonan y otros, en una cifra aun difícil de establecer, lo expulsaron de su vida, hartos de lo que genera y de la promesa incumplida de derribar todas las barreras de la comunicación. Falso por su propia naturaleza y sobre todo tras el anuncio de la última semana de enero, en el que advirtió que se va a implementar un sistema de censura conforme a las “realidades legales, políticas, históricas y culturales de cada país”.
Twitter surgió hace más de seis años, y cosechó casi 400 millones de usuarios en el mundo. En la Argentina, con cerca de 5 millones (según la consultora radicada en Francia, Semiocast), explotó en los últimos 24 meses, con el uso y abuso de parte de personajes públicos y políticos. Con esta herramienta virtual, se puede montar un reality show personal.
Twitter amenazó convertirse en una revolucionaria herramienta de comunicación por su inmediatez, su penetración, y la exigencia de reducir todo a 140 caracteres –el “microblogging”–. Pero sus atributos se convierten en sus peores defectos para muchos que abjuran de esa red por alienante, adictiva y generadora de una obsesión tan poderosa como aislacionista, que lleva creer que todo lo que se aparece en el Twitter es lo que mueve al mundo. O la dudosa afirmación de que un “hashtag” o “trending topic” (tema repetido por los usuarios) es un fiel reflejo del ánimo social, no manipulable, como lo pueden ser las encuestas web.
La agencia Ragan.com publicó el año pasado que se escriben 155 millones de tweets diarios, que los usuarios crecen a razón de 460 mil al día, pero que un 81% sigue a menos de 100 personas. A su vez, el 97% de todos los usuarios tiene menos de 100 seguidores, cuando el número “aceptable” es superior a 300 y llega a superar los 18 millones, como el caso de la cantante Lady Gaga. La falta de seguidores es, en muchos casos, causa y efecto de la baja actividad o el abandono. Semiocast difundió también que de la cantidad de cuentas existentes en la Argentina, sólo el 25% publicó al menos un mensaje entre septiembre y diciembre de 2011. El porcentaje es apenas mayor en los Estados Unidos (28%) donde hay 107,7 millones de cuentas.
Enrique Carrier, de Carrier y Asociados, que realizó un informe sobre las formas de uso de Internet, consideró dos razones fundamentales para el abandono. “Una es que Twitter implica una curva de aprendizaje, que no lo hace tan amigable, porque tiene una sintaxis específica, un lenguaje, hay que saber qué es un retweet, por ejemplo. Y el otro punto es que el tema fundamental es saber a quién seguir para no recibir comentarios que no te sirven o no interesan, y ese es un proceso muy largo.”
El Twitter permitió acercar a grandes personalidades, desde Hugo Chávez a Shakira, pero la posibilidad de restringir la vista de los comentarios a un grupo de “amigos” atenta contra una de sus supuestas virtudes comunicacionales. Que los mensajes privados se puedan enviar sólo a seguidores, también. Escribir en 140 caracteres puede ser muy interesante como práctica literaria, pero no siempre resulta efectivo en términos de comunicación. Por otro lado, la precipitación de mensajes, sobre todo si se sigue a muchos usuarios, será tan copiosa que hará difícil reparar en alguno. A no ser que uno permanezca todo el día atento a los tweets que se formulan, lo que sin duda lo mantendrá muy comunicado con lo que se dice en Twitter, pero ajeno a lo que ocurre a dos sillas de distancia. Además, la sobreinformación corre el riesgo de convertir todo ese bagaje en una masa amorfa ininteligible, como ocurre con la crema que se bate demasiado. Y muchos usuarios con gran cantidad de seguidores vuelcan comentarios del tipo “Buenos días, les cuento que me bañé con agua hirviendo. Estoy completamente roja. No sé, creo que tengo células de amianto” (122 caracteres).
Si fuese tan democratizador, podría el Twitter haber protestado contra la ley SOPA, que busca restringir el flujo de información en Internet. Pero aunque amenazó con sumarse al “apagón”, luego no lo hizo. Ahora unos hackers de Anonymous, que son como unos adolescentes que saben mucho de computadoras y tuvieron una infancia con muchos juguetes, dicen que van a hackear Twitter. La experiencia puede ser interesante para observar lo que ocurre con los usuarios compulsivos.
El Twitter seguirá masivo, aumentará su cotización y se incrementará su industrialización hasta que los usuarios pierdan interés, o como siempre ocurre, se produzca la migración hacia otro nuevo sistema que lo remplace, y que, claro, será peor.
LOS QUE SE FUERON
Un informe de la consultora Barracuda Labs reveló que sólo el 21% de los usuarios de Twitter estaban activos y que muchos “no pueden seguir el ritmo o no pueden generar una cantidad interesante de seguidores”.
Paula Carri, una twittera argentina que la misma red sugería “seguir”, fue una ruidosa desertora. Y no
desapareció del mundo por hacerlo. “Se siente bien, estoy más liviana. Básicamente ya no me divertía”, escribió en su blog
El caso más emblemático fue el del periodista tecnológico del reconocido sitio Techcrunch.com, Paul Carr, que en su post aclaratorio estimó que cuando llegó el microblogging “un millón de blogs se depreciaron y murieron, en tanto sus autores dejaron de tomarse el tiempo para procesar sus ideas y en su lugar cambiaron a simplemente copiar y pegar en el mundo de los 140 caracteres. El resultado: una enorme cantidad de ruido banal sin significado alguno.” Carri opinó que muchos usuarios no eliminan su cuenta porque “hay mucho ego de por medio” o porque “dejan una puerta abierta”. En otros casos, la baja no se produce por mera desidia, o porque al menos en apariencia “no pasa nada”. Es el caso de la poco seguida @cboyanovsky –del autor de esta nota– que no tiene actividad desde diciembre de 2010, aunque curiosamente le surgen seguidores de vez en cuando.
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